jueves, 3 de marzo de 2016

EL IMPACTO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN DE LOS IMAGINARIOS DE CIUDAD

EL IMPACTO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN DE LOS IMAGINARIOS DE CIUDAD:
EL BARRIO ABAJO, 1970-2000.

IVAN J. VALENCIA MARTINEZ Y OTROS.

IMAGINARIOS, CULTURA Y MEDIOS EN EL BARRIO

Imaginarios en el Barrio Abajo.
Los imaginarios urbanos como objeto de reflexión académica, serán abordados en el presente trabajo desde la perspectiva individual y colectiva que identifica las maneras como los moradores del Barrio Abajo se representan a sí mismos, en el contexto de la ciudad, hilvanando sus propias formas de comunicación e interacción social. No obstante, apreciaremos cómo los imaginarios urbanos no siempre son el resultado de un ejercicio previo de “imaginación urbana”, fundamentado sobre un proyecto concreto de cómo debe ser la ciudad.

Desde una perspectiva técnico-política, es de suponer que la estructura urbanística y arquitectónica de las ciudades obedezca a un esfuerzo planificador orientado desde lo estatal. No obstante, una mirada histórica al crecimiento urbano de Barranquilla, permite apreciar que éste ha desbordado la capacidad de cualquier criterio proyectual o iniciativa tendiente a establecer un principio de orden.
De hecho, los gobiernos locales en Barranquilla nunca han estado preparados para el crecimiento de la población urbana, debido a la escasa capacidad planificadora de sus políticos, que impide la visión a largo plazo requerida para lograr una expansión ordenada.
El Barrio Abajo, como microlocalidad, no ha sido ajeno al influjo desplanificador y caótico que ha regido el crecimiento y desarrollo de Barranquilla, siendo afectado concretamente en sus aspectos urbanísticos, arquitectónicos y relacionales, con una incidencia directa sobre los imaginarios de ciudad de sus agentes.
Ahora bien, durante el trabajo de campo que nos permitió aproximarnos a la cotidianidad de sus moradores, se hizo evidente que los mismos imaginan su barrio y a la urbe de maneras muy diversas e inclusive contrapuestas, lo que se explica en las diferencias planteadas por factores como el género, la edad, el nivel profesional, solvencia económica, e inclusive, hasta por el sector específico del barrio en que habitan.
No obstante, llama la atención que a pesar de las diferencias, las representaciones dominantes giran en torno a un poderoso imaginario individual y colectivo presente en la mayoría de los habitantes del Barrio Abajo y del resto de la ciudad.
En efecto, el siglo XX marcó dinámicas internas y externas, que provocaron alteraciones comerciales y culturales tanto al barrio abajo como al resto de la ciudad; un desarrollo glorioso y próspero, y de pronto, cascadas de descalabros financieros y crisis de su incipiente industria. Este contraste ha propiciado que circulen sin ninguna restricción, todos los imaginarios identitarios presentes en sus habitantes, analicémoslos brevemente.

La Puerta de Oro de Colombia.El connubio portuario y comercial entre Puerto Colombia y Barranquilla, iniciado a finales del siglo XIX, fue consolidado por el auge económico sin precedentes que representó para el país la dinámica del muelle marítimo más largo del mundo, combinada con el primer ferrocarril que operaba en territorio colombiano.

Un elemento novedoso que trae consigo el inicio del siglo XX, es el decisivo impulso que en materia comercial dinamizaron entre otros los inmigrantes presentes en el territorio nacional, lo cual permitió que rápidamente fuéramos el primer gran centro exportador e importador del país, manejando en la coyuntura más favorable el 60% del comercio nacional con el resto del orbe.

El haber visionado como ruta de entrada hacia el interior del país la desembocadura del río magdalena, no solo validó la construcción del puerto más importante, sino que ello trajo consigo un dinamismo jamás previsto, que fue suficiente para otorgarle el calificativo de “puerta de oro de Colombia”; ruta de ingreso y salida para bienes y productos materiales, pero también de valores y costumbres foráneas que matizarían la identidad cultural de sus habitantes.

Durante esa época de esplendor portuario y comercial, la “perilla” de la puerta de oro de Colombia giraba en las edificaciones donde funcionaban la Aduana y la Estación Montoya, ubicadas en el territorio actual del Barrio Abajo, sobre la vía 40. Este sector de la ciudad fue habitado por personas que se dedicaron a la tienda, al comercio, al transporte y demás actividades que eran favorecidas por la cercanía al sector de los caños.

De igual manera, el pulso de su crecimiento seguía el compás que dictaba la frenética actividad aduanera, marítima y fluvial, a la que se allanaban para garantizar su supervivencia muchos jóvenes del barrio en esa época. Al respecto, el señor José Ortega Ojeda, uno de nuestros entrevistados de mayor edad, con 90 años de vida, recuerda que luego de haber sido aprendiz de carpintería al lado de su padre durante la infancia y la adolescencia, se dedicó a trabajar como obrero en el negocio del transporte sobre el río Magdalena:

“Luego de ser ayudante de mi papá que era carpintero, él me recomendó con un ingeniero que se llamaba Daniel Bohl, hijo de alemán, para trabajar en el río Magdalena, de aquí hasta la Dorada. Óigalo bien, y ahí me fue llevando el hombre con calmita. El buque subía con ganado que se cogía en Yatí, llegábamos a la Dorada y allá se descargaba. En eso duré como dos años o tres. Después me salí de ahí y me casé”.

A finales de los 80´s, el extinto Diario del Caribe colocó en circulación una interesante serie de crónicas denominada “Conozca a Barranquilla a través de sus barrios”, cuya primera entrega aparecida el martes 29 de septiembre de 1987, estuvo dedicada al Barrio Abajo bajo el sugestivo preámbulo que transcribimos a continuación:

“Teniendo en cuenta la importancia que ha tenido el barrio Abajo en el desarrollo de nuestra ciudad, el equipo de redacción de Diario del Caribe ha preparado una completa serie de crónicas sobre la vida de este rincón de Barranquilla. Para llevar a cabo este trabajo nuestro equipo de redactores ha entrevistado a casi un centenar de residentes del barrio, será por consiguiente una perspectiva del barrio Abajo vista por sus mismos moradores, una historia relatada a nuestros periodistas para que se la contemos a los barranquilleros. Hemos querido incluir todos sus aspectos, sus orígenes, su condición social y económica, su situación frente a los servicios públicos, sus aspectos recreativos, el desenvolvimiento de su vida cotidiana”.

En esta primera crónica, los periodistas Inés del Real Tovar y Federico Cervantes Tapia, recrearon una historia de vida que coincide con las experiencias que nos fueron narradas por el señor José Ortega Ojeda durante sus travesías por el Río Magdalena.

Se trataba de las vivencias del señor Emiliano Ramírez, quien en 1913 y a la edad de 13 años, descendió del Vapor López Pina procedente de Magangue en las instalaciones de la intendencia fluvial. Fue recibido por su hermano Leandro, quien lo llevó a vivir con él en su casa del barrio Abajo, ubicada en la calle del Sello con el callejón de la Alondra. El protagonista de esta historia evoca imágenes típicas del barrio Abajo, cuyos destellos no han logrado perderse todavía en los laberintos del pasado, recordándolo como “…el mejor de Barranquilla, con un centenar de casas de bahareque y techos de palma, que rápidamente se extendían para darle albergue a una creciente población beneficiada por una actividad mercantil e industrial de ese sector
[1]”.

De igual manera, Emiliano Ramírez logró conocer las tres zonas en que se encontraba dividida la ciudad desde finales del siglo XVIII:
§ El barrio arriba del río, zona regida por la parroquia de San Roque.
§ El centro, donde vivían las familias más acomodadas junto a la iglesia de San Nicolás, y
§ El barrio abajo del río, donde se desarrolló el primer núcleo social que puede considerarse propiamente un barrio.

En las épocas de mayor auge de la navegación fluvial, la cercanía del barrio al río Magdalena, así como la intensa actividad mercantil que generaba, le convirtió paulatinamente en epicentro del desarrollo de Barranquilla. Fue tal la bonanza generada por esta actividad, que luego de cuatro meses de trabajar como jardinero en la casa de don Próspero Carbonell, Emiliano Ramírez consiguió en la intendencia un trabajo como grasero, que le permitió sostenerse durante los primeros años de su estancia en la ciudad
[2].

Tal dinámica comercial conllevó al asentamiento en el barrio abajo del río, de una importante masa trabajadora compuesta de braceros, marineros y comerciantes, quienes comenzaron a definir en términos espaciales el barrio Abajo, hasta configurarlo de la manera como lo conocemos en la actualidad. Ya para 1876 se extendía hacia el norte hasta el callejón de la Luz o carrera 50B, hacia el sur hasta progreso o carrera 41, hacia el este hasta los caños del río, y hacia el oeste hasta Sello o calle 44.

En la última década del siglo XIX la ciudad continuó su crecimiento urbano de manera circular, y el barrio Abajo adquirió sus últimos límites: en el norte hasta la María (carrera 54), en el oeste hasta la calle 53, en el sur y el este se mantuvieron los linderos iniciales, y más tarde Olaya Herrera (carrera 46) se definiría como el referente para enmarcar el territorio del barrio Abajo actual
[3].

Ferrocarril, Aduana y Estación Montoya.Luego de suspenderse el servicio del ferrocarril a Puerto Colombia, a partir del 30 de junio de 1940, la edificación donde funcionaba la Estación Montoya empezó a cumplir los más diversos propósitos, desde oficina de tránsito, colegio público y hasta chatarrería, circunstancias que fueron deteriorando su estructura, otrora orgullo arquitectónico de la ciudad, en cuya construcción se utilizaron finos insumos importados: pino canadiense para las vigas y entramados del tejado, así como hierro forjado inglés.

Lentamente la nostalgia y el recuerdo de los imaginarios de aquella época gloriosa que en el seno del barrio Abajo marcaron su gran dinamismo, comenzaron a martirizar la memoria de quienes aún conservan un principio consecuente con la ciudad de antaño. Fue así como durante la administración de Gustavo Bell Lemus como Gobernador del Departamento del Atlántico, se propició todo un clima de rescate cultural iniciado con la restauración de los símbolos que en el ayer fueron motivo de elogios para Barranquilla, y que hoy constituyen bienes de interés cultural a nivel nacional y distrital. Toda ciudad y barrio necesita de hombres que preserven imborrable la huella de su pasado, como referente que permita a los gobernantes de turno avanzar acertadamente en la implementación de políticas para su desarrollo sostenible.

Con la restauración de los edificios donde funcionaban la Aduana y la Estación Montoya, se rescató una parte significativa de la memoria urbana y patrimonial del barrio Abajo y de la ciudad de Barranquilla, a través del monumento que acoge en su seno valiosos archivos, diversas fuentes documentales y espacios para la institucionalización de encuentros culturales, con la participación activa de la empresa privada y de investigadores a nivel regional y nacional.

Es así como a partir del año 1994, en el interior de la antigua Aduana funcionan la Biblioteca Piloto del Caribe, el Archivo Histórico del Atlántico, el Museo de Arte Moderno, el Centro de Documentación Musical Hans Federico Neumann e importantes entidades de la ciudad.




Las instalaciones originales de la Aduana en Barranquilla sufrieron un devastador incendio en el año de 1915, pero en atención a su gran importancia como soporte de las actividades de importación y exportación, el gobierno nacional ordenó la reconstrucción urgente del edificio, cuyo diseño fue encomendado al arquitecto inglés Leslie Arbouin. Esta obra fue inaugurada en 1921 con la presencia del Presidente Marco Fidel Suárez.

Paradójicamente, bajo el mismo gobierno de Marco Fidel Suárez se llevaron a cabo grandes obras de desarrollo para el Valle del Cauca, como la apertura de una vía al mar y la construcción del Puerto de Buenaventura, hechos que aunados al progresivo deterioro y sedimentación del puerto local, sentenciaron la suerte del binomio dorado Puerto Colombia-Barranquilla. La entrada en escena de esta ventana en el litoral pacífico, hizo que en la tercera década del siglo XX nuestra ciudad fuera superada en el volumen de exportaciones de café y más tarde en las importaciones de diversos productos. Finalmente, para el año de 1937 dejaron de arribar barcos al vecino municipio de Puerto Colombia.

Como evidencia del desarrollo y crecimiento de Barranquilla en la línea del tiempo, durante el lapso enmarcado entre finales del siglo XIX y principios del XX, en el barrio Abajo se conservan los espacios que dieron vida a la Aduana, la Estación Montoya y el primer ferrocarril colombiano, como soporte material del imaginario de “progreso indeclinable” que ha acompañado desde entonces el accionar de los barranquilleros. Sentimos estar viviendo en una ciudad pionera como consecuencia de los grandes relatos que rememoran las conquistas y hazañas del pasado, a pesar que actualmente nuestra ciudad se encuentra a la zaga de los grandes avances que en materia de industria, comercio y desarrollo urbano experimentan otros núcleos poblacionales del país.

Foto No. 3. Este monumento, situado a un lado de la restaurada Estación Montoya, le recuerda a propios y extraños que Barranquilla fue en alguna época el primer centro transportador y comercial del país. Sin embargo, está llamado a ser el símbolo del espíritu emprendedor que deberá encauzarla en el corto plazo, hacia su consolidación como centro logístico del Caribe.
La Ciudad Industrial.

En su documento titulado “Barranquilla en la Historia”, Jorge Villalón señala que para efectos de contrarrestar el auge de Buenaventura, la dirigencia barranquillera optó por construir un puerto a las orillas del río Magdalena, a pocos kilómetros de su desembocadura en el Mar Caribe, iniciativa que se concretó en su mayor parte hacia el año de 1939. El entusiasmo despertado en la ciudad por este “megaproyecto” de la época fue tal, que el empresario norteamericano Karl C. Parrish llegó a manifestar que su realización la convertiría en “…la ciudad industrial más grande del Caribe”

[4].

Gran número de versiones históricas dan cuenta de un acelerado crecimiento de la actividad industrial de Barranquilla en las décadas de 1920 y 1930, que se concretó en la existencia de 81 establecimientos industriales de diversa índole para 1928
[5], colocándole en un lugar de privilegio al lado de Bogotá, Medellín y Cali.

Sin embargo, no existe unanimidad con respecto a la presencia de una verdadera economía industrial en Barranquilla para esa época. Baste señalar que en su libro Tres Puertos de Colombia, Theodore Nichols afirma que para 1920 la ciudad era primordialmente comercial y no industrial, y “quizás por esta razón, ante la ausencia de un desarrollo industrial definido, en Barranquilla la vivienda no fue considerada como parte de los medios de vida necesarios para la subsistencia y reproducción de la fuerza de trabajo”
[6].

En todo caso, la crisis por la que atravesó la economía colombiana al iniciarse la década de 1920 tuvo efectos bastante adversos en la ciudad. Debido a la crisis industrial y comercial que padecía Barranquilla en 1924, la Cámara de Comercio conformó varias comisiones de expertos para que analizaran en profundidad las dificultades que atravesaba, proponiendo soluciones para las mismas. Con ese propósito se conformaron comisiones de Finanzas, Transportes, Industrias, Comercio, Certámenes y Exposiciones y Agricultura y Ganadería
[7].

Al respecto, resultan interesantes las conclusiones de la Comisión de Industrias acerca de las cinco causas principales que generaron la recesión económica de Barranquilla en 1924
[8]:

1) La crisis económica mundial;
2) Las pérdidas que sufrió el comercio local durante la recesión de 1920, que todavía cuatro años después seguía afectando la actividad comercial;
3) El deficiente sistema bancario local;
4) Los altos costos laborales y
5) La desidia de la clase dirigente.

No obstante hay que señalar que a pesar de los esfuerzos realizados por la empresa privada, las dinámicas no encontraban eco en el campo industrial ni en el político, y tal parece que se pretendiera emular una época de gloria industrial, en el marco de una ciudad que solamente contaba para el inicio de la tercera década del siglo XX, con cinco fábricas de tejidos, tres de cervezas, catorce talleres mecánicos, ocho laboratorios de productos químicos, dos fábricas de tabaco y fósforos y otras empresas de menor tamaño, las cuales en su conjunto, albergaban a 4.789 trabajadores
[9].

Sin embargo, en el transcurso de las décadas posteriores la empresa privada y algunas del sector público, consolidaron el corredor industrial de la vía cuarenta, legitimando así el dinamismo en esta área de la economía, que también tuvo como radio de acción el núcleo geográfico del barrio abajo.

La Ciudad del Carnaval.

De la misma manera como la historia del barrio Abajo se sumerge en los difusos trasfondos de la historia de Barranquilla, sus calles y habitantes figuran entre los primigenios protagonistas de las manifestaciones carnestólendicas de la ciudad.

El carnaval de Barranquilla mantiene el carácter elitista que desde sus inicios lo organiza y “administra”, el cual dividió en primera instancia a los bailes conforme el nivel social de sus asistentes, según se tratara de salones de primera y segunda categoría, o los populares salones burreros que congregaban a los sectores más humildes de la sociedad.

Desde esta perspectiva, resulta interesante el análisis realizado por el investigador cultural Edgar Rey Sinning acerca del auge y consolidación de estas fiestas, que sirve como marco referencial para entender su verdadero significado y las manifestaciones originales surgidas en las entrañas barriales:

“La sociedad barranquillera se fue convirtiendo en mercantilista y luego industrial, hecho que influyó para que el carnaval de la arenosa fuese opacando el que se realizaba en otras ciudades con más tradición carnavalera como lo eran Santa Marta, Ciénaga y la misma Cartagena. Así pues, vemos que el carnaval ha impuesto muchas cosas y otras las ha desaparecido. Antes las comparsas, comedias, danzas y disfraces recorrían las calles del barrio de origen, y los vecinos enfrentándose brindaban un espectáculo agradable y sano, sin premios tangibles, sólo querían experimentar el orgullo de pertenecer a la danza ganadora, esto generó la rivalidad carnestoléndica entre diferentes barrios que durante mucho tiempo constituyó un elemento característico del carnaval. Así, mientras a Rebolo lo representaba el Torito, el barrio Abajo era identificado con la danza del Congo Grande, pues en aquellos tiempos las danzas tenían a toda la ciudad como escenario”
[10].

Esther Cuando yo estaba chiquita en el Barrio Abajo, por ahí de unos 4 años oí hablar a la gente grande que decía "anoche pasó la Guacherna, la Guacherna y ¡ay niña, qué relajo! ¡y qué cosa! Y que Guacherna". Yo creía que era un espanto, le tenía pánico al nombre de la Guacherna. Grandecita por ahí a los siete años, me asomé, me atreví a asomarme para ver qué era Guacherna. Eran grupitos de una gente como de 8 o 10 personas, nada más con sus vestiditos muy humildes, una linternita, una bandera pequeña roja, ron y mucho trago. Iban haciendo relajo, tocaban las puertas de la gente, despertaban a la gente, sacaban a la gente de sus casas, eso era un relajo, la Guacherna. A la gente le fascinaba, pero eso fue perdiéndose y se acabó un día. Desapareció del Barrio Abajo, se desapareció, y yo crecí e hice mi carrera que ya les he contado. Subí, bajé, fui al Barrio, llegué a Cuba una vez en el 51.
www.geocities.com/Athens/Agora/8197/CDM/LunaBarranquilla_2.html Centro Cultural Confamiliar

Caridi era tan enamorado de las fiestas carnavaleras que en la pretemporada y durante los cuatro días centrales del certamen folclórico costeño, era más fácil ubicarlo en la Casa del Carnaval, en el Barrio Abajo, o en cualquier acto, que en su industria, Cannon de Colombia S.A., la fabricante de toallas.Su disfraz favorito de Carnaval era el de marimonda, atuendo de colores fuertes con el que se personifica la burla a la sociedad burguesa. Patrocinaba el grupo de César ‘Paragüita Morales’, las Marimondas del Barrio Abajo, que en cada fiesta supera las 500 personas.Era integrante de la Junta Directiva de la Fundación Carnaval de Barranquilla desde hacía 10 años, y en la actualidad era su presidente honorario.“Don León Caridi y sus hijos restauraron una vieja quinta del Barrio Abajo y la entregaron en comodato a la Fundación Carnaval de Barranquilla, entidad que viene cumpliendo sus funciones allí desde el año 2000. El 7 de diciembre del 2001 inauguró la ampliación de la Casa del Carnaval que dio albergue al Museo del Carnaval Elsa Caridi y a dos entidades, todas dedicadas a la cultura y el bienestar ciudadano, la Fundación Visión Cultural de la familia Caridi Mitrani y la Fundación Mario Santo Domingo para el desarrollo de la microempresa con los actores del carnaval”, dice la reseña expedida por la Fundación.
El cachaco por lo general lo mira, lo observa, lo analiza con la mirada bizca, pero por dentro, callado, reconcentrado, se muere de ganas de venir a restregar hebilla con una candente morena del Barrio Abajo orgullo de nuestro pueblo.


El hombre, como ser social y simbólico, interioriza de manera muy particular el entorno dentro del cual se desenvuelve, pero también le aporta su sello particular, como una manera de “marcar” el territorio en que se desarrolla su ciclo vital, y donde habita todo lo que aprecia y valora.

En su trabajo sobre Cultura y Comunicación Urbana en América Latina, el profesor Armando Silva nos presenta una serie de conceptos sobre las dinámicas sociales de los territorios urbanos, que resultan especialmente válidas para aproximarnos al estudio de cómo influencian los medios de comunicación la construcción de imaginarios de ciudad.

Al introducirse en el análisis de la apropiación del territorio por parte de sus habitantes, el citado autor manifiesta que “El territorio, en cuanto marca de habitación de persona o grupo, que puede ser nombrado y recorrido física o mentalmente, necesita, pues, de operaciones lingüísticas y visuales, entre sus principales apoyos. El territorio se nombra, se muestra o se materializa en una imagen, en un juego de operaciones simbólicas en las que, por su propia naturaleza, ubica sus contenidos y marca los límites. {…}. El territorio en su manifestación diferencial es un espacio vivido, marcado y reconocido así en su variada y rica simbología”
[11].

La experiencia del barrio se concreta en su nombre, en su construcción, en las relaciones de vecindad, solidaridad y proximidad entre sus habitantes, y de igual manera, en los proyectos de futuro individuales y colectivos. El Barrio Abajo significa para sus moradores mucho más que un simple lugar de habitación, constituyendo un escenario urbano real e imaginado con una riqueza histórica que muy pocos barrios de la urbe comparten, donde confluyen prácticas espaciales y sociales que caracterizaban las localidades barranquilleras de antaño.

Llama la atención que en el Barrio Abajo se mantiene todavía la costumbre –incluso entre un significativo número de sus habitantes más jóvenes -, de nombrar las calles y carreras con sus antiguas denominaciones, en lugar de utilizar la nomenclatura que impuso el proceso modernizador urbano de la ciudad. Es así como dentro de los límites cartográficos del Barrio, resulta normal escuchar los siguientes nombres de calles y carreras para ubicarse dentro del mismo:













De otra parte, al indagar a través de entrevistas focalizadas en moradores del Barrio con más de cincuenta años de permanencia, pudimos constatar que las evocaciones y recuerdos escapan a las lógicas de los procesos urbanísticos modernizadores, que van modificando paulatinamente la faz visible de estos escenarios. Al entrar en contacto directo con el pasado de estas personas, encontramos que más allá de los límites y características espaciales físicas que delimitan y configuran su actual entorno, en su fuero interior subsiste un barrio imaginado, tejido con sensibles lazos afectivos: el Barrio Abajo de la infancia.

“Yo llegué al barrio aproximadamente desde el año 1950. Tenía entre 10 y 11 años en esa época. Básicamente, hacía lo que hacen los niños en todas las épocas: jugar y pensar en las épocas de diciembre, en los juguetes, en fin, lo que normalmente se hacía en esos tiempos. En ese sentido era como más sana la cosa. La vivencia era mucho más sana que hoy día. Actualmente son muy pocos los niños, los muchachos que tienen esa inquietud por los deportes, por el juego. Se han perdido mucho esos juegos de antaño, la “yeba”, el escondido, todo eso se ha ido perdiendo lamentablemente[12]”.

Prosiguiendo con su remembranza cargada de nostalgia, el señor César de Moya analizó las actividades lúdicas de los niños y jóvenes del barrio en la actualidad, comparándolas con los de su generación:

“Por ejemplo, el juego de la chequita que era una cuestión tan popular, eso ya no existe prácticamente. Bueno, la bola de trapo siempre ha existido. Y lo que comúnmente uno le llama jugar al bate, que era el béisbol en su parte más simple y elemental, existe todavía, pero no como antaño. Ha disminuido la práctica de los juegos. Y había algo muy importante que en cierta forma hacía que el muchacho se fuera iniciando en ciertos deportes como el atletismo, como era la yeba o el escondido, que desarrollaba la parte motriz de los muchachos. Yo recuerdo como una cuestión anecdótica, que se jugaba mucho acá donde hoy está la Universidad Libre, en la carrera 46, en un patio muy grande que se le llamaba el patio Rosanía, adonde los muchachos y los niños de esa época llegábamos y jugábamos desde el trompo, la chequita, hasta volar cometa. Exactamente no era un parque, sino que era una extensión de terreno que en ese entonces estaba en litigio. No se tenía certeza acerca de a quién pertenecía”.

En efecto, la notoria ausencia de parques y zonas verdes apropiadas para el sano esparcimiento y diversión de niños y jóvenes al interior del Barrio Abajo, torna comprensible la añoranza de viejos espacios y zonas que eran utilizadas con este propósito, posibilitando el ejercicio de los juegos tradicionales.

Del análisis de las entrevistas que sirvieron como instrumento para aproximarnos al objeto de nuestro estudio, surge con meridiana claridad un elemento que se tornó constante en cada diálogo, en cada visita de campo y en cada una de las pesquisas históricas realizadas: la nostalgia por un tiempo pasado mejor, cuyas ventajas comparativas en términos de calidad de vida

Los imaginarios de ciudad identificados en los moradores del Barrio Abajo, atañen con fuerza en la mayoría de las ocasiones, al significado histórico y tradicional que éste representa en el contexto de la ciudad, y se visibilizan con gran energía a través de la cotidianidad, de sus formas más cercanas de interacción social.

Para analizar la cotidianidad del Barrio e identificar a través de este ejercicio los imaginarios que subyacen a nivel individual y colectivo en sus habitantes, es menester poner de presente dos aspectos fundamentales que la caracterizan y moldean: el status social y los hábitos.

El primero de estos aspectos resultará de particular importancia para encauzar algunas hipótesis de trabajo con relación a la influencia de los medios de comunicación en los procesos de identidad cultural, y en la construcción y preservación de los imaginarios de ciudad desde los campos representacional, organizacional y de las relaciones sociales que operan en los procesos culturales.

No obstante, para efectos de desnudar la fisonomía de sus relaciones e interacciones sociales, nos centraremos inicialmente en los hábitos de convivencia que subsisten en esta microlocalidad de la urbe barranquillera. De hecho, el estudio de los mismos nos sitúa en el contexto de elementos culturales concretos como el lenguaje oral, la religiosidad, las festividades y las formas de autoridad, muchos de los cuales se construyen, se redimensionan o desintegran al interior de las ciudades, en el complejo trapiche de las nuevas formas relacionales que trae aparejadas la modernidad y la mediación tecnológica de la experiencia humana.


El Barrio Abajo, cotidianidad y nuevas realidades.
Analizar los imaginarios presentes en la cotidianidad de la población del barrio abajo es una tarea rica y provechosa, pues los entrevistados develan entre la nostalgia, el odio y la alegría, momentos relevantes de su inmediato y lejano pasado, describiendo con una marcada carga emotiva los aciertos y desaciertos de quienes tenían la responsabilidad histórica de planificar y orientar el desarrollo de la microlocalidad.

En virtud de un adagio popular todo tiempo pasado fue mejor, y el arraigo de este sentimiento es muy elocuente en las declaraciones de los habitantes con mayor edad, quienes señalan que las obras de pavimentación en las calles del barrio, produjeron simultáneamente avances y retrocesos. Uno de los referentes que mayor interés gana para la vecindad en su conjunto, es la preservación de los hitos que representaban al barrio de antaño: una calle polvorienta, como escenario ideal para desplegar el universo lúdico de la juventud, en el que gravitaban los juegos del trompo, la bola de uñita, la bola de trapo y la chequita, que rápidamente fueron desplazados por lentos pero irreversibles cambios culturales, promovidos por el trazado de extensas franjas de pavimento. Tales obras de pavimentación se inician y llevan a cabo con la llegada de Samuel Hollopeter a la gerencia de las Empresas Públicas Municipales (EPM).

En el Barrio Abajo se puede constatar que el proceso modernizador urbano no siempre respondía a los principios establecidos por el orden, advirtiéndose que para los dirigentes locales, era poco el interés que demandaba la planificación. En efecto, el inicio de la pavimentación de las vías en la ciudad, no siempre llevaba implícito un beneficio para la comunidad en términos absolutos, pues en ocasiones respondía más a los intereses de sectores o grupos. Por esta razón, volver al inmediato pasado trae consigo nostalgias y desencantos. Al respecto, un porcentaje significativo de los vecinos entrevistados, recuerdan con resentimiento los efectos negativos de estas obras para determinados sectores del barrio abajo, por cuanto trajeron consigo nuevas realidades que acentúan el caos urbanístico, particularmente en las épocas de lluvias.

Paradójicamente, el Barrio Abajo y el fenómeno de los arroyos tienen en común haber estado presentes en los inicios y a través de la historia de la ciudad de Barranquilla. Si nos atenemos a la narrativa histórica de Domingo Malabeth, se asegura que las barrancas donde tuvo lugar el momento fundacional, estaban separadas por caudalosos arroyos que bajaban las aguas de la sierra del noroeste y las de los altos areniscos del viejo camino de Soledad, hacia una gran ciénaga espaciosa, comunicada con el río
[13].

En los inicios del siglo XX, el proceso migratorio de pobladores que provenían del sur del Departamento del Atlántico, produjo en Barranquilla una notoria expansión urbana que hizo necesaria incorporar obras de pavimentación para superar entre otras falencias, el aspecto primitivo de gran parte de la urbe, caracterizado por el tedioso contraste generado por las nubes de polvo y arena de la estación seca del año, y los caudalosos arroyos y lodazales producidos por las lluvias.

No obstante, las evidencias señalan que el principio modernizador que subyace en la pavimentación de las vías, no estuvo orientado exclusivamente por una idea de progreso y mejoramiento del entorno en un importante sector del Barrio Abajo, sino que por el contrario, se trataba de una iniciativa para superar la vulnerabilidad de líneas vitales del área urbana en el centro de la ciudad, salvaguardando intereses económicos y comerciales que se veían perjudicados por el recorrido original de los arroyos en el trazado de la ciudad.

Esta circunstancia genera que la realidad física materializada periódicamente en el arroyo, cuyas obras de canalización significaron una ruptura en la fisonomía del entorno urbano y relacional del barrio, se asocie a un imaginario de rechazo hacia la clase política y dirigente de la ciudad, cuyo accionar no evoca ninguna idea de beneficio en sus habitantes, pero si de frustraciones y descontento.

Los arroyos encontraron en las calles pavimentadas del barrio abajo, un nuevo y vigorizante cauce, hasta convertirse en un peligro latente, debido a que su velocidad y caudal han provocado accidentes humanos y daños materiales de gran consideración.

Si bien es cierto que la problemática que representa el paso de los arroyos se circunscribe casi exclusivamente a las épocas de lluvia, el diseño que presentan actualmente las viviendas situadas al margen de su recorrido, está condicionado por las características del fenómeno en términos de altura y caudal. Los moradores más antiguos, en especial quienes tienen más de tres décadas viviendo sobre la calle 47 (Paraíso), recuerdan que a partir de la carrera 50 existía “una loma, y las casas se encontraban originalmente al nivel de la calle”
[14]. Sin embargo, dado que su pavimentación fue una obra ejecutada por debajo del nivel original de la vía, con relación al acceso a las viviendas – debido a la intencionalidad de canalizar un arroyo a lo largo de su recorrido -, las fachadas de las casas cambiaron, presentando el curioso y típico aspecto que le aportan los enormes sardineles, cuya altura sobrepasa los 1.5 mts en muchos casos, que impiden al arroyo ingresar en ellas durante su paso.

Con 90 años de edad, y prácticamente –salvo fugaces traslados por motivos familiares o laborales- todos ellos vividos en el seno del Barrio Abajo, el señor José Ortega Ojeda opinó con nostalgia acerca de algunas diferencias y semejanzas que recuerda de sus características presentes y pasadas: “El Barrio tiene bastantes diferencias. ¡Por aquí no pasaba el arroyo señor!, y ahora el más temible es el arroyo que pasa por aquí. Tan es así que en ese callejón Primavera se ahogaron dos hermanos. Eso fue por la mucha afluencia de agua. Cuando empezaron a hacer eso que llaman ahora mismo el Almacén Confamiliar, eso no estaba ahí. El Callejón del Cuartel, lo que llaman Cuartel ahora, eso era un callejón libre para el arroyo, que iba a tener al centro. Entonces, como el centro se vio mal, lo mandaron a la loma esa de ahí, para taparle la ida al arroyo pa´allá, y lo echaron pa` acá. Y por eso es que ahora está tan peligroso ahora mismo. ¿Qué hacemos con esa traba que nos hizo esa gente? Eso no lo van a arreglar nunca, y por aquí pasará el arroyo hasta que Dios diga que no llueva más. Cuando esto no estaba pavimentado no había nada de arroyo. Por allí un callejón que se llama la Luz, por ahí pasaba, y pasaba por Paraíso”.

12/oct/1947. PEDRO CESAR (31) Y FRANCISCO NARVÁEZ MENA (38). Venían de una fiesta familiar e intentaron atravesar el arroyo de la carrera Primavera (Carrera 52), uno de los más violentos que cruza el perímetro urbano, por cuanto recibe la corriente de diversos sectores, encauzándose luego por la carrera primavera, elevándose el nivel de la corriente a una altura mayor de dos metros. Este arroyo desemboca en la calle Santander (Calle 40), estrellándose contra el muro de pared del patio de la antigua empresa de Ferrocarril de Barranquilla a Puerto Colombia, que luego tuerce su rumbo hasta la Carrera Robles (51), situada al sur, y luego, dobla por esta hasta llegar al canal de las compañías.
De acuerdo con los reportes de prensa, uno de los hermanos logró atravesar el arroyo y al ver que el otro era arrastrado por la corriente, trato de salvarlo pereciendo también. Los cadáveres fueron localizados en el Caño de las compañías, detrás de la empresa "NARE", debajo de un bote y en completo estado de descomposición.

Adicionalmente, al preguntársele por su opinión con respecto a la contribución de la gestión política en el mejoramiento del barrio, respondió con un tajante: “¿Yo qué saco de la política? ¡No trabaje señor!”.

Tal parece que fue poco el interés que para la clase política de la ciudad, tenían las necesidades expresadas por los habitantes del barrio, probablemente su complicidad en los desaciertos planificadores para la urbe, les impedía liderar cualquier acción proselitista. No en vano en el imaginario de los habitantes del barrio y los que gentilmente nos concedieron sus entrevistas, está marcada la huella imborrable de la animadversión.

Ante la falta de previsión, eran lamentables las consecuencias que provocaban los arroyos, sin embargo, algunas de ellas eran minimizadas evitándose accidentes, gracias a la oportuna intervención de los niños y jóvenes quienes no solo encontraban con la llegada de las lluvias una cascada natural para calmar el calor de estas tierras, sino que conjugaban la lúdica con el altruismo, valores que solo pueden darse cuando en una determinada sociedad se han entrecruzado altos índices de solidaridad y vecindad, “¡Ahí viene el arroyo!“,gritaban, provocando una estampida anomica para salvar todo lo que esté a merced de su paso.

Ahora bien, la llegada de estos nuevos obstáculos podría ser en parte la causa de dos manifestaciones interesantes: la primera está ligada a la valorización de las casas que la circundan, y la otra a los miedos que despertó tan enigmático fenómeno generado por la lluvia.

A pesar de la presencia de los arroyos, de las fábricas y de talleres, las casas del barrio preservan no solo su valor arquitectónico, sino también su valor comercial, lo cual hace suponer que a pesar del caos en que crece la ciudad, la rentabilidad de la vivienda se mantiene constante en este sector de la urbe. Contradictoriamente, muchos vecinos afirman que el paso de arroyos frente a sus fachadas, constituye motivo suficiente para ser clasificados por la administración distrital en un estrato inferior.

Se puede conjeturar que fue poco el interés que la clase política de la ciudad le concedió a la organización y planificación de su crecimiento urbanístico. Su presencia en el barrio en épocas preelectorales, estuvo acompañado de un discurso modernizador que, antes de abrir nuevas expectativas, lo que hizo fue ahondar más la incertidumbre y el desconcierto. Por ello y con razón, se pudo advertir en varios de los entrevistados un completo rechazo e indiferencia para analizar el rol de los políticos en el barrio, develándose expectativas no satisfechas que van aparejadas a la inconformidad por la progresiva deformación del espacio público, que ha modificado sustancialmente las formas de interacción cotidiana que caracterizaban al Barrio Abajo de antaño.

La dinámica social de un barrio trae aparejadas ciertas formas de relaciones informales, ligadas a la tradición y la costumbre. En efecto, los matrimonios en el Barrio se caracterizaban por una particularidad, ellos de por sí no generaban ningún acontecimiento anecdótico para sus habitantes, a diferencia de lo que sí acontecía en otros barrios de la ciudad, tales como las Nieves y San Isidro, probablemente la presencia connatural de la iglesia haya creado un principio de familiaridad con los vecinos más próximos al templo. Si bien, los matrimonios se celebraban en horarios diferentes, tanto en la mañana y otros eran en horas de la tarde, entre ellos no había diferencia. Lo único que sí era que como todo era más sano y seguro, era una época en la que uno salía e iba a cualquier parte, ya fuera una fiesta o un cine.

Si bien la historia del barrio abajo hunde sus raíces como la primigenia que le dio vida a la ciudad de Barranquilla, también es cierto que en el curso de su historia hasta nuestros días, son poco las transformaciones en el plano de la cultura, a pesar de ser un barrio que ha sido objeto de huellas imborrables que la coyuntura histórica trajo aparejadas, sin que se alteraran sus principios identitarios.

No obstante, hay que hacer reconocimiento especial a la importancia que los dirigentes cívicos y algunas personalidades de la ciudad, le han dado al Béisbol, aunada al esfuerzo que materializo la construcción del estadio Tomas Arrieta en el barrio abajo, el cual surgía como un oasis en una ciudad caracterizada por la ausencia casi total de parques y de escenarios deportivos. Sus habitantes recuerdan con nostalgia la llegada de equipos de talla nacional e internacional como lo fue el Vanytor y el Willard, “Ah, eso fue una época muy importante y muy bonita. Una época estupenda. Porque en cierta forma hizo que muchos muchachos se dedicaran a practicar el deporte del béisbol. Y eso le dio vida a toda la zona (fin del cassette). 1946, de esa época es el estadio Tomás Arrieta, que se hizo a las volandas para unos juegos centroamericanos y del caribe. En los años 50, 60, 70 y parte de los 80, el béisbol fue algo muy influyente y había una afición tremenda, pero lamentablemente la afición por el béisbol se ha ido perdiendo mucho, a pesar de que existe el incentivo de las transmisiones de las grandes ligas, donde están actuando jugadores colombianos. Ahora la organización es mayor, porque existen asociaciones como la de los hermanos rentería y otras, pero dentro del grueso del público, esa afición por el béisbol ha ido decayendo. Lógico, que un ingrediente negativo, que yo considero que es grandísimo, es la parte económica. Porque ya las personas no tienen ese dinero para entrar a ver un juego de béisbol profesional. Eso también hizo que la calidad del mismo decayera. Por ejemplo, en la época que está diciendo acá el amigo del Vanitor, y ya después cuando salieron los demás equipos, la segunda parte o tercera parte del béisbol, en esa época la situación económica no era tan dura como la actual. Y había más circulación del dinero y la gente tenía menos penurias, y eso le permitía asistir en mayor medida al estadio. Porque entre otras cosas, el espectáculo que se presentaba era de muy buena calidad y muchos de esos jugadores que vinieron allí, posteriormente después estuvieron actuando en las grandes ligas.”

Desarrollo urbanístico y caos barrial.
El desarrollo urbanístico de la ciudad de Barranquilla es consecuencia de la desplanificación que ha identificado a los gobiernos locales de turno. Cada principio urbanístico ligado al desarrollo de la urbe, ha desencadenado un caos en los barrios que son escenario de la puesta en marcha de “novedosos” elementos de modernización.

El Barrio Abajo no escapa a las lógicas que han orientado el crecimiento de la ciudad, y desde esta perspectiva, deberá prepararse en el corto plazo para ser afectado por un nuevo ciclo dentro del proceso modernizador urbano de la ciudad: el desarrollo del proyecto Sistema Integral de Transporte Masivo de Barranquilla y su Área Metropolitana (SITM). Tal iniciativa contempla la ejecución de obras de ampliación de la carrera 50 desde la Vía 40 y calle 36 hasta la calle 55, con el propósito de desplazar hacia esa arteria el tráfico vehicular que normalmente circula por la Avenida Olaya Herrera (carrera 46).

Un proyecto de tal envergadura, con alto impacto urbanístico, estará precedido por un Plan de Adquisición Predial y Reasentamiento de la zona, dirigido a todas aquellas personas u hogares comprometidos directamente con la ejecución de estas obras. Más del 80% de las mismas abarcarán territorialmente el corazón del Barrio Abajo, avecinándose entonces cambios sustanciales en su actual estructura vial y arquitectónica, que redundarán en modificaciones del modo de vida y dinámicas relacionales de sus moradores.

La puesta en marcha del Transmetro, que reservará para su uso exclusivo la carrera 46 desde barranquillita hasta la calle 74, requiere convertir a la carrera 50 (Aduana) en una vía de doble calzada, de dos carriles cada una y un separador central, con circulación en doble sentido.

Según el estudio realizado para tal efecto por la Empresa de Desarrollo Urbano de Barranquilla y la Región Caribe -Edubar-, las obras de ampliación de la carrera 50 afectarán en forma directa 111 predios
[15], los cuales albergan 238 unidades sociales con una población total de 955 personas. El 92% de los predios estudiados son de estrato 3 y el 6% de estrato 4. El 2% restante son de estratos 1, 2 y Comercial. Esto concluye que el nivel socioeconómico de este sector de la carrera 50 es más elevado que el hallado en Murillo, donde el 98% de los predios corresponde a estratos 2 y 3. Asimismo, está claro que los inmuebles en esta zona son en su mayoría de gran valor arquitectónico.

No obstante, llama especialmente la atención que mientras en otras ciudades los núcleos originarios de crecimiento urbano son objeto de preservación y orgullo identitario, protegidos por medidas de conservación y rehabilitación, en las ciudades que conjugan dinámicas portuarias y marítimas, la realidad ofrece un panorama completamente distinto. De hecho, Barranquilla presenta características similares a esta última tipología, donde el desorden, la anarquía, la desplanificación, aparecen como referentes que iluminan su crecimiento y que tratan en lo posible de ocultar los más altos intereses de clase, de partido o de grupos.

El Barrio Abajo, en su condición de primigenio centro histórico de Barranquilla, ha sufrido un progresivo proceso de abandono y consecuente deterioro, de lo que en otrora constituyó el orgullo del poder político y económico de las primeras élites que se afianzaron en la ciudad, que obedeció entre otras razones, a su incontrolable crecimiento urbano, convirtiéndose en un elemento más de su caótico desarrollo, lo cual hizo necesario la oferta de nuevas oportunidades de habitación en lugares alejados del centro histórico y que respondieran a mejores condiciones de vida a nivel social y ambiental.

A pesar del inexorable paso del tiempo, en el Barrio Abajo muchas de sus casas y edificaciones se erigen como la memoria histórica que revalida el arraigo y significado de este escenario urbano en el contexto del devenir y desarrollo de la ciudad, lo cual no ha impedido a los intereses industriales y comerciales que rigen su organización, darle la espalda a cualquier posibilidad de conservar y proteger su riqueza cultural y arquitectónica.

De hecho, la situación actual del Barrio refrenda el desinterés y la falta de previsión de la clase dirigente local. Como muestra de ello, se observa que los macroproyectos que representan aires de modernidad y la promesa de un futuro mejor para el conjunto de la ciudad, llevan aparejadas iniciativas que desmejoran las condiciones de vida de los habitantes de este sector. Basta mencionar que en el marco del proyecto Transmetro, la construcción del par vial de la carrera 50 que concentra en su mayoría unidades sociales, será priorizada antes que las obras de la carrera 46, en atención a las presiones de los grandes intereses comerciales presentes a lo largo y ancho de la avenida Olaya Herrera.

La ausencia de iniciativas para preservar el patrimonio cultural y arquitectónico presente en el Barrio Abajo, llama poderosamente la atención, y pareciera confirmarse la tesis esbozada por Manuel Castells, en el sentido de que el “desorden urbano” no es tal desorden, sino que representa la organización espacial suscitada por el mercado y derivada de la ausencia de control social de la actividad industrial
[16]. En efecto, la ciudad y sus representantes han hecho caso omiso a lo establecido en las leyes que han suscitado interés para la construcción de vivienda obrera (Ley 46 de 1918), de tal suerte que frente a la ausencia de una ciudad industrial, y la reafirmación de un escenario marítimo, fluvial, portuario y comercial, se ha dibujado un complejo entramado urbano, que responde a los planes de coyuntura y no a procesos integrales de planificación.

En este orden de ideas, la problemática de la urbanización en Barranquilla se concentra en un proceso de aceleración de su crecimiento, que conlleva nuevas formas de organización social basadas en el dictamen de los intereses comerciales y económicos dominantes.

En su debido momento podrán apreciarse a partir de un análisis sociohistórico, los efectos de estas transformaciones urbanas en la vida cotidiana y devenir del barrio, que nuevamente se encuentra situado en el centro de decisiones trascendentales a nivel de políticas públicas, con el propósito de MOCHO

En igual forma el barrio ha sido desdibujado arquitectónicamente y sometido a las consecuencias de la contaminación ambiental, sin que medien directrices que preserven la tranquilidad de quienes lo habitan. Sobre este aspecto se hace necesario ahondar en estudios de casos que examinen la consecuencias de la construcción de empresas en el seno de los barrios. Sobre el particular sus habitantes nos entregan pistas “ bueno, precisamente yo considero que la emigración de muchas familias ha hecho que la parte industrial se vaya apoderando del barrio. Personas que tenían cierta influencia por su cuestión educativa, como se han ido, ese espacio, ha sido… se han instalado muchos talleres e industrias. En cierta forma el medio ambiente lo han ido contaminando, desmejorando.”
SASONED

La Arquitectura Barrial.
Toda ocupación del espacio va precedida de un interés particular o de grupo, sería irresponsable de nuestra parte seguir argumentando y compartiendo el refrán cotidiano de la ocupación arbitraria o espontánea del espacio.

Empero, al ser ocupado por el hombre, el deja implícito todo un legado cultural que constituye la fase embrionaria de los elementos y referentes identitarios, por consiguiente la materialización de la ocupación del espacio es la vivienda, la cual es transformada en su devenir histórico por las influencias de los estilos que identifican la arquitectura de una época o épocas determinadas.

En este orden de ideas el mosaico arquitectónico que actualmente presenta el barrio abajo, va develando la huella de su lejano o inmediato pasado. En efecto, la foto N° 1 conjuga en su lectura elementos de la tradición y de la modernidad, pero ella de por si no genera esos cambios, ellos son el reflejo de la estructura de pensamiento de quienes ocupan el espacio.

Generalmente, esa ocupación no es masiva, a no ser que sea resultado de un proceso premeditado de invasión, por el contrario muchas veces es muy lenta, y por consiguiente los lazos de solidaridad se guían o por la “prevención” o la por la connotación del elemento barrial de la “vecindad”. El barrio abajo a nuestro juicio conjuga todo los anteriores elementos, primero porque su origen no tiene en la historia una fecha determinada, y probablemente la titulación formal de sus predios comenzó a ser preocupación del siglo XIX y XX.

En algunas casas del barrio, aun preservan las huellas de su originalidad, se percibe la elegancia de quienes ostentaban el poder de su dominio, y en otras de construcción mas reciente incorporan elementos de la modernidad y de la necesidad.

Ahora bien, la calle que separa las casas se constituye en el espacio de las actividades lúdicas, en ellas se encuentran sus pobladores para conjugar y hacer visible sus costumbres, creencias, mitos y ritos, los cuales ahondaban mas su interés con el ocaso del día.


Auge y ocaso de los Teatros Barriales.
La clase dirigente de la ciudad no solamente aportó muy poco a su crecimiento planificado, sino que además fue escaso el interés que mostró por la cultura barrial.

A lo largo de la historia, la industria cinematográfica ha carecido de un apoyo decidido de los gobernantes de turno, y en una ciudad como Barranquilla, guiada por la dinámica del bullicio y del caos, la llegada de los teatros barriales en la primera mitad del siglo XX, generó una expectativa cultural para la sociedad. Sin embargo, no pasaron de ser una luz efímera que se diluyó rápidamente en la segunda mitad del mismo siglo, durante la cual florecieron otras formas culturales de entretenimiento y comunicación.


Uno de nuestros entrevistados manifestó lo siguiente con relación al ocaso de los teatros: “Bueno, eso fue algo paulatino, para mí lo que produjo que estos teatros desaparecieran fue la llegada de la televisión. Eso, unido a otros factores de conducta del público que asistía a los teatros, fueron vulgarizando la cuestión y entonces ya muchos padres de familia no dejaban ir a las hijas a cine. Y si a eso le encontramos esa influencia tan marcada, tan tremenda de la televisión, esos fueron los factores que para mí hicieron que desaparecieran. El último que cerró que yo tenga memoria fue el teatro mogador. En la 30 con 27. En el barrio el último que cerró fue el teatro Ayacucho. Aunque después, como al año de haberlo cerrado volvieron y lo reabrieron, pero fue muy efímera la duración. Eso fue en la década de finalizando los 70.”

La misma dinámica que guiaba el desarrollo vertiginoso y desenfrenado de la ciudad, no validó alternativas de recreación, los parques eran escasos, y solamente la calle y la esquina eran referentes de encuentros durante la semana. La llegada del domingo marcaba en los barrios una expectativa diferente, sus habitantes buscaban su mejor vestido disponiéndose para el encuentro con amigos hacia el teatro y otras veces hacia la iglesia, en ambos casos, los jóvenes expresaban su vocación como pretexto para salir de la casa, otros como William Guerrero expresaban “Yo me pelaba para la vespertina. Le compraba el tabaco a mi abuela para que me tirara el cuadre para ir a cine.” pero también, en muchas oportunidades justificaría la única alternativa para el encuentro fugaz de los enamorados.
La oportunidad brindada por el señor Gastón Santos, dueño del teatro Ayacucho, a los habitantes del barrio abajo, rápidamente se desvaneció con la llegada de la segunda década del siglo XX, y con ella el desplazamiento comercial de nuevos mitos y realidades.
Tal parece que se consolidaron algunos imaginarios que validaron la llegada de la televisión como la culpable de la desintegración de los teatros barriales, lo cual a nuestro juicio hay que examinar con mayor cuidado en un inventario de resultados académicos que inicien una mirada entre Teatro y Cultura, y televisión y Cultura, aspiramos que estos interrogantes despierten interés investigativo en este campo del conocimiento.
“La televisión acá a la costa llegó en el año 64, y la televisión, la forma de transmisión era en forma diferida, o sea que no era al instante, porque prácticamente no había estaciones de relevos. Emitían en forma diferida desde la sierra nevada. La televisión llega aquí en el 64, siendo ministro de comunicaciones el señor Carlos Martín Leyes. Anteriormente, en los 50´s, cuando el famoso boxeador Joe Luis, el público barranquillero eran unos seguidores de Joe Luis, y en ese entonces el único medio de comunicación era la radio de onda corta, y cuando transmitían un combate de Joe Luis, alrededor de la casa o el sitio donde había el radio, se arremolinaba la gente a escuchar las transmisiones, porque era poca la gente que tenía estos aparatos”.

No obstante, los entrevistados le dan poco interés a la llegada de la televisión, a pesar que ellos la señalan como la culpable de la desintegración de los teatros, y recrean sus recuerdos con las películas que se exhibían en ellos, se podría conjeturar que a pesar de su efímera existencia, los teatros marcaron en parte un referente identitario que la televisión no ha podido borrar. Al respecto WWILLIAM expresa “ antes de la televisión, había aquí un medio que sentó un precedente, que era el norte, la guía, cuando no había televisión. Era el cine, con el cine mexicano que era muy popular, con toda su pléyade de artistas, que era lo que los adultos, jóvenes y niños estábamos pendientes de ese cine, porque como no había la competencia de la televisión, pues estábamos pendientes de las películas de Pedro Infante, Pedro Armendáriz, María Félix, etc. Los teatros Ayacucho, Paraíso, existía aquí el teatro Caribia, el teatro Obando. Propiamente del barrio abajo el Cine Paraíso, el Ayacucho y el Obando. El Teatro Obando quedaba en la calle Obando, calle 42, entre carreras 46 y 50. Hoy existe allí un taller de metalmecánica. Bueno, me atrevería a decir que primero fue el Paraíso, y de esa misma época el Ayacucho. Posteriormente, y con una duración muy efímera fue el teatro Obando, que no duró sino como uno o dos años funcionando. Perdón, se me estaba olvidando mencionar, que el más antiguo fue el teatro Astor, que estaba ubicado en la calle murillo, entre carreras 50 y 46. Este cine tuvo una influencia bastante marcada, comenzando por los dichos del cine mexicano, que era lo que comúnmente se escuchaba dentro de la población. Por ejemplo: a la policía le decían la chota, algo que no estaba bien, que no era lícito, era un trinquete, como todavía lo nombran los mexicanos. Y así sucesivamente. En la moda existía en esa época las botas bastante estrecha de los pantalones. La gente bacana de esa época, acostumbraba a usar las botas bien cerraditas, estrechas, lo que llamaban tubito, y se usaba el dobladillo. El peinado era con una brillantina que se llamaba moroline, y la manteca negrita, y las personas que tenían el cabello liso acostumbraban a peinárselo hacia atrás.”

Si bien los actores presentes en las películas mexicanas o norteamericanas, marcaron un referente identitario del extranjero para los jóvenes de la ciudad, quienes en muchas oportunidades tomaban a usanza de ellos los roles de su inmediato entorno, al respecto el entrevistado expresa “en esa época existió el mambo, y la juventud, siempre hay alguien que tiene más agilidad para bailar, y trataban de imitar a un bailador muy célebre: a resortes, que fue el mejor bailador de mambo que había en esa época. El se llamaba Adalberto Martínez, década de los 50 y 70. Había también un artista mexicano, que le llamaban tun tun, pero era un magnífico bailador de mambo. Vitola, una señora también bastante chistosa.” En igual forma se proyectaron otros imaginarios de quienes para la época marcaron a ciertos jóvenes en la ciudad y en el barrio, “Habían dos géneros: western y el de la lucha libre. El de la lucha libre era con el cine mexicano, y el western con el cine americano, con los Glen Ford, Gary Cooper, en fin. Los jóvenes imitaban en cierta forma en los juegos la parte mexicana. Trataban de hacer las mismas llaves que hacían los luchadores. Eso básicamente no generaba problemas, salvo que alguien se propasara, pero no pasaban a mayores. En esa época no se veía un puñal o romper una botella. Ahora, hoy día compañero, pelear hoy por cualquier cosa corre peligro la vida.”
Empero, también al interior del teatro barrial, se expresaban y se conjugaban a viva voz, otros imaginarios que guiaban las costumbres de los jóvenes que asistían a la sala de cine.
Pese a que muchos teatros lograron actualmente su construcción al interior de los mejores centros comerciales de la ciudad, en ellos, se percibe una gran diferencia identitaria con los que en otrora fueron los teatros barriales. En efecto, estos últimos permitían y marcaban el punto de encuentro del frenesí de una juventud que expresaba sus costumbres, en la recocha, la mentada de madre, la bolsa de orín, o la partida de un huevo de gallina en la cabeza de todos los incautos que corrían para ubicarse en la primera fila.


La Radio en el Barrio Abajo.
Si bien, el cine y la televisión, marcaron los recuerdos los habitantes del barrio Abajo, también otro medio de comunicación que sirvió de entretención para los moradores de la época, dejó una huella imborrable: La Radio. En el contexto nacional, la radio nace en los años cuarenta, con un proyecto ilustrado de cultura para unificar la nación desde la visión bogotana y bajo los ideales de Eduardo santos, Luís López de Mesa y Jorge Eliécer Gaitán
[17], el mismo autor reafirma que la “radio nace con un carácter privado, su interés el negocio, y su comunicabilidad esta basada en la música y la política”. Esos referentes se encuentran presentes en los imaginarios de los habitantes del barrio abajo; al respecto, el señor…………al ser consultado manifiesta, “bueno la radio sí, porque me gustó mucho más que la televisión. De la radio si había las estaciones que yo recuerdo de siempre, Emisora Atlántico, Emisoras Unidas, la Voz de Barranquilla. Marcos Pérez con Edgardo de Castro tenían un programa muy importante, eran de los locutores más escuchados en la ciudad. El programa era concurso, se llamaba gánele al preguntón, que como su nombre lo indica, se basaba en preguntas que hacían ellos y tenía una parte musical. La parte musical estaba a cargo de Pacho Galán. En esa época era el atractivo. En esa época también estaba Alfonso Cecil Pardo, un poco después Gustavo Castillo. Año aproximadamente finalizando los 50´s.”



CITAS BIBLIOGRAFICAS
[1] DEL REAL, Inés y CERVANTES, Federico. Conozca a Barranquilla a través de sus barrios. Barrio Abajo: navegación fluvial y bonanza económica. En: Diario del Caribe, Barranquilla: (29, sept, 1987); p. 12 A.[2] Ibid.[3] Ibid.[4] VILLALÓN, Jorge. Barranquilla en la Historia. En: Foro: Barranquilla, Memoria Arqueológica, Histórica y Ambiental. Encuentros Ambientales, 2005.[5] VILORIA, Joaquín. Banco de la República en Barranquilla, 1923-1951. En: Cuadernos de Historia Económica y Empresarial. Banco de la República, Cartagena, No.6, 2000. p. 7.[6] VALENCIA, Iván. Tres Barrios en la Historia Urbana de Barranquilla. Ediciones Uniatlántico, Barranquilla, 2005. p. 47.[7] VILORIA, Joaquín. Op. Cit. p. 14.[8] Op. Cit. p. 16.[9] VALENCIA, Iván. Tres Barrios en la Historia Urbana de Barranquilla. Ediciones Uniatlántico, Barranquilla, 2005. p. 49.[10] REY, Edgar. Historia del Carnaval. Vía Internet: www.musicalafrolatino.com/pagina_nueva_28.htm[11] Silva, Armando. Imaginarios Urbanos. Colombia: Tercer Mundo Editores, 1994. p. 50, 52.[12] Entrevista con el señor César de Moya, vecino con más de 50 años de residencia en el Barrio Abajo.[13] MALABETH CASTAÑEDA, Domingo "Fundación de Barranquilla". En VERGARA, José Ramón y BAENA, Fernando, Barranquilla: Su pasado y su presente. 2da edición, Barranquilla, Banco Dugand, 1946, p 4.[14] Entrevista con el señor César de Moya, residente desde hace 55 años en el Barrio Abajo.[15] Las afectaciones están determinadas inicialmente sin tomar en cuenta el área de cesión o alineamiento para espacio público o zonas verdes que debe definir la Secretaría de Planeación Distrital. Por tal motivo, el número de inmuebles afectados podrá variar al aplicarse la norma correspondiente.[16] CASTELLS, Manuel. La Cuestión Urbana. México, 1980.[17] Restrepo tirado, Ernesto, medios y nacion, fundacion de estudios para el desarrollo, Colombia pag 45.

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